Odio la palabra «cotillón»

•4 enero 2010 • 1 comentario

Cuatro de Enero del Dos mil diez:

Ya han pasado cuatro días desde que me quedé sin un año en la cuenta. Trescientos sesenta y cinco días que se fueron en veinticuatro horas. Y no paro de mover la cabeza mientras me tapo los ojos al recordar que tengo que esperar millones de segundos para saber como m i e r d a me ira en este año. Número: Dos mil diez. Ilusiones: No tengo muchas ganas hoy – 00:05 – creo que quizás sigo enamorada del impar, del chico bueno en el calendario y tampoco quiero esperar para festejar en la playa otro año nuevo. Maldición.

Como decía, el dos mil nueve fue un guapo año, de esos que tienen acné en otoño y luego te regalan menta de boca en boca para agosto. Una amiga me preguntó en enero: ¿cómo crees que será este año?. ¡Qué sé yo! ¿Qué pregunta es esa?, le dije, para luego agregarle: será genial ¿no?. Y lo fue, sin más, haciéndome llorar de mayo para junio; porque de julio para agosto, volví a inhalar y exhalar, comiendo mi menta, su menta para mí, ti, yo, doc. Gracias, doc.; gracias, hermanos. Esa es la palabra que hizo al año pasado una figurita de colección: mis amigos. Esos que siempre estuvieron, que vinieron en octubre o aquellos que sigo sin conocer. De alguna forma fiestera, el año pasado debió ser el año que conocí (y a la vez perdí) a más personas de lo que iba en la agenda (que por cierto, me la regaló una muy buena amiga que redescubrí a mitad de año). Eso fue el equilibrio que necesité para restablecer mi año que comenzó mal pero que mientras iba tomando micros, se iba a poniendo macanudo el día. Y yo siempre quise escribir la palabra macanudo. Bis.

Digo, entonces, “equilibrio” porque otra de las cosas que agradezco que haya pasado fue lo mal que la pasé en algunos meses del año pasado. Y mal es poco, realmente; pero trato de no apretar la faja que me puedo asfixiar. De todas formas ¿ya qué? confieso que me ahogué, morí, grité e hice un berrinche unipersonal en algún teatro abandonado, pero aprendí y crecí dos centímetros más sin ningún libro de autoayuda en los pies. No es justo que Mercedes Sosa (perdón, Violeta) haya muerto cuando me gustaría citarla en vida por su “gracias a la vida, que me ha dado tanto”. Esa frase dice mucho, como las tantas veces que al sonarme la nariz yo misma me susurraba: esto pasara mañana, lo sé. Y me la creí. Lo juro (…)

“Sí, no, bueno, sí, sí, malo, pobre, divertido, cantar, uno, el par, delirante, una sobredosis, dientes, abrazos, desamor, querer, cigarros, ira, rencor, lunar, insomnio, números rojos, risas, llanto, sentarse en la vereda, golpear, que más sigue, ayuda, the beatles, rock, dos mil ya saben que número, no miento, fue un buen año».

Siempre dije que mi concepto de perfección implica lo imperfecto en una gran dosis, y esos días, sin duda, fueron de esa RAE. Y cada fin de año, venderé galletas para comprarme un día, un concepto, más.

¿Dos mil diez? – 2:41 – Me gustaría ser un reloj.

M.

Dos letras

•27 octubre 2009 • 2 comentarios

Cuando termine de escribir esto, ya no será hoy y tampoco estaré “tan” bien por un tiempo. Quizás dos horas o siete días (que suena mejor que una semana), o puede que cierre los ojos hasta el carnaval de barranco y morir de calor.

*

Elegir muchas veces es fácil. “Quiero azul, no negro”. Otras veces, mucho más “No, quiero negro, no azul”. La mecánica es comodísima, pues cuando te dan a escoger entre comprar tal marca o tal desodorante, tienes la maricona opción de regresar a la tienda y comprar lo de la competencia o patear al vendedor. Por eso elegir muchas veces resulta sencillo, pero tomar una buena decisión para evitar el cambio, no es tan fácil. Lo remarco: ¡no lo es!.

Hace una semana me propusieron irme y llevar todo lo que entrara en una maleta. Y es en este punto que voy a aclarar que no voy a pedir ningún consejo pues ya pasé la fase de “suicida que publica que se va a matar”; sí, así es, la decisión ya esta tomada. Y decidir lo que he decidido me dolió, lloré, me partí, tuve fiebre, dejé de comer un postre, un día y cada vez que pasaba un avión, me quedaba muda. “¿escuchas? ahí van personas de vacaciones, a trabajar, llevan droga o perdieron a su mamá en el aeropuerto”. Sea por el motivo que fuese, cada vez que oía un avión, se me hacia un nudo en los pies y me caía. ¿Cómo podían hacerlo?.Se veía tan bonito volar y no ir a clases.

Por lo general, siempre me considere una chica que no dudaba ni tenia miedo, pues por lo general cojo mi casaca y me voy, pinto mis uñas de fosforescente y me tomo la acetona, no me cabroneo a la hora que me quieren robar ni tampoco digo sí cuando era un no. Siempre creí que quizás no tomaba las mejores decisiones del mundo pero para mi andaban bien, porque quizás nunca había tenido una gran decisión hincándome las costillas, como ahora: Si te dieran a elegir entre quedarte o irte ¿Qué harías?. Hasta hace unas horas no sabia que responder, es cierto, pero ahora ya sé que correo escribiré y como agradecerle a mi tía.

Yo sí dejaría todo, a todos, pero a la vez no dejaría a nadie, ni a mis muertos.

Yo sí podría irme y no arrepentirme, pero a la vez le echaría la culpa a quien sea.

Yo no quiero verme los fines de semana comiéndome las uñas por no saber que estarán haciendo mis amigos, sin mi; pero me encantaría conocer a nuevas personas y ahora sí usar bien la correspondencia a distancia.

Yo no sé si dejo a alguien, pero sé que tampoco me iría si fuera así.

Porque soy cursi, porque se nota que lo que decidí fue más sentimental que fría (amigos, chicos, bares, familia, los parques) y porque yo no me voy a quedar acá, sentada, a punto de entrar en colapso porque por primera vez en mi vida, siento que voy a arrepentirme. ¡Y al primer cabrazo que se le ocurra decirme: eso depende de ti, se puede ir bien a la mierda!.

Soy libre de escribir como me plazca y ni si quiera decir: si o no.

*

M.

Oigo, escucho, nada, nada

•30 julio 2009 • 1 comentario

(Cada «play» es

poner el cursor sobre el titulo,

click  derecho,

ventana nueva y

escuchen hasta que termine de imaginarlos) 

 

Play:  Summer 78

La primera vez que un chico me besó no fue la primera vez, fue luego de mucho tiempo. La primera vez que un chico creyó besarme fue a los diez, no sé, luego a los trece, tal vez, y vinieron los quince y dieciséis. Pero fue a los dieciocho, hace unos meses y unas horas, esta mania de hablar de una primera vez.

Play: From Prison to Hospital

Quizás no debería seguir con esto porque me ocasionara problemas pero ya comencé y la música sigue – luego te molestas conmigo pero no hoy, no hoy –. Entonces, recuerdo muy bien ese día. Estaba en mi casa, muy aburrida y para ese entonces yo salía con un chico. Él era bonito, ni tan alto ni tan pequeño, pecoso y medio gordito. Chistoso, a veces, un tanto aburrido, sí, pero daba risa su risa y esporádicamente usaba lentes. Sus labios eran lindos y cuando se ponía serio, me gustaba lo suficiente como para decir que fue el primer chico que me besó. Quizás el único – luego te explico esto, no te molestes, por favor –.

Play: La Muette

Como decía, yo estaba aburrida y supongo que le dije para vernos un rato en su casa, total, ya eran tantas las veces que nos reuníamos ahí, que una más no podía decirme que no. Dejé una nota en mi sala. “Fui a abrazar a la muerte, mamá. Regreso en un par de horas”. Digo la muerte porque eres mentira, maldición . Luego tomé un taxi para bajarme una cuadra antes de su casa y pedirle a la vida que seas media verdad compartida. No fue así.

Play: La Piece Vide

  •  Préstame tus lentes.
  • No.
  • Préstamelos.
  • Ya (tapándome los ojos con las manos) pero apúrate.
  • Ay, engreída*

* Se acercó sin previo aviso mientras yo cerraba más fuerte los ojos y me besó.

Play: La Noyee

Mi primer beso. Yo estaba con los ojos cerrados, esperando que se apurara para poder ponerme los lentes y volver a verlo. Tenía tanto miedo de que nunca pudiera abrir los ojos o no volver a verlo claramente, que entre decirle eso o decirle que me daba vergüenza que me vea sin lentes, preferí lo último y así no exponerme tanto. Tenía miedo, mucho miedo cuando estaba con él que prefería su mentira para no llegar tan acaba a mi casa. Yo lo quería, y él lo sabía tan bien que ya era suficiente como para todavía, decirle mis verdades. Pero esto aún no lo sabe: fuiste mi primer beso.

Me agarró desprevenida – como debe de ser – y acercándose suavemente a mis labios, me besó de una manera tal que me hizo temblar. Temblé mucho y creo que él no lo sintió o ya estaba acostumbrado, eran muchas las veces que temblaba cuando se me acercaba, pero en ese momento en especial, temblé tanto que solo con recordarlo me haces volver… Sí, sus labios fueron muy suaves, se movían al compás de cada una de estas canciones. No había nada más, nada, nada, no oía nada más que los dos y un perrito rondando la cocina. Fue único, el corazón también me temblaba y hasta pasaron por mi cabeza muchas imágenes que, obviamente, temblaban y se unían al aroma de café por la noche. Fue inexplicable y a la vez lo entendí. Mi primer beso.

Play: Good bye Lenin

Otra de las cosas que son inexplicables es tratar de entender porque algo tan bonito puede terminar tan mal. Ya no sé nada sobre él. Nos separamos en ese mismo instante en que me regresó mis lentes – antes volví a ponerme las manos sobre los ojos – y desde ahí hasta el día de hoy, nos olvidamos de decirnos: adiós.

Play: La Dispute

(¿Ves? no tienes porque molestarte, mas bien yo debería de molestarme y rebobinar)

“but i’ll always feel just the same. Maybe, i’m right, maybe i’m wrong. Loving you dear like i do. If it’s a crime, then, i’m guilty. Guilty of loving you”

Stop.

Cinco minutos

•24 julio 2009 • 5 comentarios

¿Y si dejas de recordarme?. Me dijo Gonzalo mientras le besaba el ombligo…

*

Gonzalo murió hace cinco años. Hace cinco años y dos semanas, exactamente, y desde entonces no salgo de este cuarto. Comienzo a sentir que el mundo esta girando sobre estas cuatro paredes y un piso sin lustrar. ¿Estará mal?, me pregunto a veces, cuando doy en la cuenta que ya no hay shampoo desde hace tres años y los recibos de luz dejaron de pasar por debajo de la puerta. Creía que era porque el foco estaba quemado y pensaba que el vecino estaba loco. “Alejandra, sal de ahí, por el amor de dios”. Pero ¿Por qué tendría que salir, Dios?. Si Gonzalo ya no esta afuera esperándome para pelearnos, ya no esta para llenarme de burbujas el cabello y ¡cuanto odiaba que lo hiciera!. Es cierto lo que decían, era un hecho que él y yo no éramos el uno para el otro. Hasta el cura nos lo dijo minutos antes de casarnos, pero cuando dio nuestra ultima misa juntos, fue el más sincero en darme el pésame.

¿Por qué Gonzalo me dejó?. Me como las uñas preguntándome eso. Si me viera ahorita se lo aceptaría, tendría mucho sentido pues ya no hay macarrones en la cocina y a él le encantaban. Antes sí habían y muchos, incluso demasiados pues se salían de nuestras bocas cuando nos reíamos al recordar que no teníamos donde caernos “muertos”. Era muy bonito conversar con él y muy interesante. Había veces que me hablaba de cosas que yo no entendía, como que dos más dos era uno y no entendía pues. Siempre me mandaba a callar cuando le respondía que era cuatro. Cuatro, amor, cuatro. Nunca lo entendía pero lo quería tanto que me quedaba muda para que vuelva a decirme lo que, hoy, si entiendo: éramos uno. ¿Por qué? ¿Por qué me dejó?.

Hace poco encontré un recuerdo de él en mi ducha. En el recuerdo, Gonzalo me miraba con decepción y me decía que era muy tonta para hacer y decir que tengo la manía de no ser sincera. Creo que él esperaba todo de mi, como besarlo sin esperar que él lo hiciera primero, dejarme seducir y no reprimirme por el temor de que me vea enardecida, hablarle más de mis cosas y menos de lo que no importaba, reírme incluso de sus bromas sin sentido, total, él se reía incluso cuando estaba molesto o sino, ya no sé, creo que quería que estuviera lejos cuando él no me quería cerca. Este recuerdo lo encontré en la ducha que ya no funciona, de donde ya no cae agua, del mismo modo que Gonzalo dejó de quererme en plena lluvia en la madrugada.

Me abandonó cuando murió y me dejó sola, en un sofá sin respuestas y prendiendo una vela misionera por minuto. “Dios, si existes o no, mándame respuestas y yo te mando una oración”. Es así como me dejaron sola, sin la oportunidad de volver a hablarle un poquito más. Me alejaron de Gonzalo, de su tumba y del perfume de su cama. Ya nadie toca mis ventanas para saber de mí, porque Gonzalo ha muerto y todos deben de creer que esta será mi tumba. Y quizás tengan razón pero realmente no saben porque cinco años de abstinencia y luto perpetuo. ¿Por qué entonces, Alejandra?. No lo sé, yo solo sé que me gustaría que volviera pero no será así. No estoy loca, ¿ves?. Simplemente me lo dice sus ojos, me dicen que él esta muerto y yo no consigo olvidarlo. ¿Hasta que punto esto esta mal?. No lo sé, no lo sé, no lo sé… no lo sé. Tres am.

No, creo que ya son las cuatro am. Dormiré y quizás hasta hoy, dejare de aguantarme estas ganas de salir y comprar pan francés. Su favorito. Aún no encuentro mis medias para estar tan segura, Gonzalo. Te necesito.

*

¿Y si dejas de recordarme?. Me dijo Gonzalo mientras le besaba el ombligo en su foto de bebito. El bebito más lindo del mundo.

It’s evolution, baby

•16 julio 2009 • 3 comentarios

En algún momento de mi vida quise ser una mujer bombero. No me pregunten por qué pues no recuerdo qué se me pasó por la cabeza para alucinar que yo podía apagar incendios (si con las justas puedo apagar un fósforo bajo la lluvia), o que me hacia creer que podía rescatar vidas (si ya van cinco veces desde la sexta que me caí). No logro recordar por qué se me antojó esa vida llena de curitas. Trato pero es en vano, tan en vano que se me ocurrió hace unos segundos la grandiosa (y tecnológica) idea de buscar mi recuerdo en Internet. El momento de mi niñez arrojó millones de opciones y como soy floja, diré que el motivo por el cual quise ser una bombera fue el primer resultado del buscador: la foto de tres chicas en un traje diminutamente irreal y sexy (googleame: mujer bombero).

Y sí, poco o nada importa que para ese entonces yo tuviera siete años y no supiera sobre esos trajes, y mucho menos lo que realmente significaran algún día de estos. Ahora, si no se han creído nada de lo que he dicho es porque ya saben que ahorita diré la verdadera explicación y eso de que no recuerdo era para rellenar. Explico entonces que, lo que realmente quería decir, esta al costado del trío de rubias: la foto de una verdadera bombera, una heroina.

Yo quería ser un héroe y ayudar a todo el mundo. Salvarlos del sarampión, cuidar un perrito, sonarte la nariz y si hubiera sido necesario, morir en el intento. Era mi sueño eso de tener capa y golpear a los villanos o en este caso, salvar a alguien en un incendio. Quizás por eso jugaba mucho a simular una sirena y tirar la puerta de mi cuarto, fingiendo un nefasto momento donde cada paso que daba era sólo pensando en ti (y por derrumbar puertas me quedaba sin postre). Sí, admito que como varios, quise ser una heroina pero como superman: no quería ser reconocida por la calle y que un niño le diga a su papá que yo era genial. No. Mi idea de héroe (como en los comics) era ayudar, dar un chupetín e irme callada a casa. Ahora de seguro algún amargado me dirá: ay, sí, claro y yo soy Dios. Pues ni tú eres Dios ni mucho menos te aproximas a ser “algo”. No logro entender porque todos piensan que el concepto de ayudar tiene que ser ligado con recibir. “Nadie ayuda sin esperar algo a cambio”. ¡Aaaajjjj!. No me importa llenarme de críticas por esto ya que sé que realmente nadie podrá refutarme con pruebas sobre mis actos… En fin, igual supongo que se me hubiera escapado de las manos esto del reconocimiento, ya que un bombero tiene una cedula de identidad y reportes que firmar. Creo que lo único anónimo que tienen es su estado de cuenta, porque realmente no existe; por todo lo demás, los bomberos son como cualquier otro civil pero no como cualquier otro ser humano. Ahí la gran diferencia.

¿Qué pasó entonces? ¿Por qué no estoy ahorita en la estación?. Pues pasaron muchas cosas… no, sólo pasó una cosa, una explicación: era una niña. Sólo pensaba en la paz mundial y en coleccionar muñequitas de papel. Ahora la realidad es otra, ahora ya me cansé de dar la mano y que me dejen ciega, me harté de ayudar y recibir puñaladas por todos lados, estoy cansada de verme llorando todos los días luego de puros insultos por parte de los que en algún momento de mi vida, pretendí, por ellos, seguir con mi ideal de heroína. Ahora vendrá la misma persona a decirme: ¿y a ti que te hace creer que alguien quiere tu ayuda?. Maldita sea. Yo me refiero a las personas que me la pidieron explícitamente, eso sí, sigo sosteniendo lo mismo que dije: no esperaba nada cuando la di, pero tampoco esperaba que me trataran mal, al punto tal de creer, hoy, que no vale la pena morir por nadie, que ya no tengo que preocuparme cien por ciento por desconocidos y mucho menos entregar chupetines a gente que amargaran al pobre dulce, y todavía escupirán al piso sin importarles en lo absoluto que yo, REALMENTE, quise ser bombera.

Alguna vez, en algún programa de televisión, en alguna entrevista de domingo escuché: pa’ cojudos los bomberos. Quizás tenga razón.

M.

Miel de ron

•27 junio 2009 • 1 comentario

Tomo un vaso de leche

y caigo en la cuenta que

no sé   

 

escribir

nada

de

 

poesía.

 

(…)

 

Dejo mi vaso

y

regreso a la cama,

donde en mi techo

esta escrita la dirección

de doña muerte,

 

para revivir a Bukowski,

para dejar de ser abstemia

para escribir lo

único

que quería decir desde

que comencé:

 

te quiero, amor.

 

M.

Meticulosa.

•28 May 2009 • 5 comentarios

Ya se me ha hecho costumbre escribir sobre roma invertida. Y tengo la teoría que lo hago por la falta de una mascota en casa o por la poca cerveza que me alcanza con mi sueldo. Eso sí, quiero aclarar que morir en vano ya no volverá a ser, “nunca más”, una costumbre de mis diecinueve años. He decidido que de ahora en adelante preferiré resucitar algún fin de semana luego de darme una escapadita como las grandes putas del jirón cailloma, para así poder decirme al amanecer: quizás y mañana deje de ser una cualquiera para los demás. (Entiéndase cualquiera en el mejor y peor sentido de la palabra). Mi historia poco erótica, algo romántica, ya ni sé, reza así…

Me encontraba en un bar nuevo del centro de lima. Una gran amiga mía me había seducido para conocer ese lugar y dejar de lado mi bar favorito de, casi siempre, todo sábado y domingo en la madrugada. Me invitó a reunirme junto con ella y con unas mil personas más que no conocía en lo absoluto. Dale, yo le entro a todo, le dije pero esta demás decir que en un inicio me aburrí y me dediqué a prender un cigarro tras otro mientras me ponía a tararear alguna canción que me entusiasmaba los tres o cuatro minutos que duraba. Conversé, talvez, con algún chico de lentes extraños o, quizás, y me presentaron a una chica divertida y con muchas ganas de tomar con o sin mi. Lo siento, perdón, pero no recuerdo mucho de cómo fueron esas primeras horas, a la vez quietas y ni tanto en su: I’m a professional cynic but my hearts not in it. I’m playing the price of living life at the legal limit. Canté toda la canción hasta que me percaté (miento) de que ahí estaba él. Era alto, guapo, vestía agradablemente bien y borrando estas cualidades, lo más importante de él fue que comenzó a hablarme. Que me desmienta si peco de vanidosa pero fuiste tú, guapito, a quien le picó la lengua para y por mí. Me miró unos segundos y luego dio inicio a lo surreal. Lo amé.

  • ¿Tú no tienes a una hermana en San Marcos?.
  • Aaah. sí
  • ¿Y no conoces a tal, tal, blah blah, personas?
  • Uy, sí.
  • Claro, con razón te me hacías conocida. Ya te conocía.

Estas cosas me encantan. Él ya me conocía y yo no podía creerlo. Ni me derretí ni me abrazó la indiferencia, pero no puedo negar que luego de decirme “nos presentaron un día tal del concierto x”, me di cuenta que ese seria mi pretexto para no querer estar tan lejos de él a la hora de bailar coquetamente con medio mundo. Así se hacen las cosas en mi familia, como dice Bunbury. Valga esta aclaración: es así como me gusta moverme, sin sentido y, porque ya muchos ridículos lo han dicho, “coquetamente”. Y vuelvo a decir que no lo hago con algún fin embaucador ni solemne. No me fastidien. Ni te meto la mano ni tú lo hagas conmigo. Él, quiero creerlo, lo entendió así. Bailamos, tomamos, fumamos, hablamos de cosas aburridas pero con la chispa de “esto sobresale alrededor y de lejos”. Que pena pero suelo ser egocéntrica en rollos como este.

Así pasó el resto de la noche, hasta que él, quizás con otro fin o esta vez soy yo la de la idea, me dijo para hablar lejos de la pista de baile. Dignamente le respondí con un: ya. Me conozco lo suficiente como para saber cuando quiero o no quiero lo que fuese. Le di la gracia de la duda y el gustito del ¿por qué no?. Todo esto, conóceme, fue solo por esa conversación irreal. Quiero recordar que había un vínculo pequeñísimo y tonto, sí lo sé, pero yo me entretengo y sueño con estos momentos fugaces. A ver, dime ¿Cuántas personas van por ahí y te dicen: ya nos habían presentado hace un par de años y a todo eso agrégale que tú no lo recuerdas?. Ves, no me jodas. Así que accedí y fuimos a hablar. Sí, de verdad en un inicio hablamos y vuelvo a sonreír por esas palabras cortitas y bonitas que nos dimos. El tema en general fue sobre música sin saber por qué, simplemente se dio. Volví a confirmar que coincidíamos en ese aspecto. Ya me había dado cuenta que cada vez que pasaban una canción que a mi no me gustaba, a él tampoco y viceversa. Eso era genial, y también la conversación fue decente; hasta que, en un silencio corto me dijo algo que no oí pero logre entender parte de.

  • No te vayas a molestar pero la primera vez que te vi, pensé que eras…

Los puntos suspensivos son la parte que no oí muy bien. Lo que entendí fue la palabra “meticulosa” pero no estoy segura de eso. En el intervalo de tiempo de tratar de entender lo que dijo y no querer pedirle que me lo repita, le di un beso. Fue mi respuesta. ¿Alguien no sabe que significa meticulosa?. Se los diré: 1. adj. Excesivamente puntual, escrupuloso, concienzudo. 2. adj. p. us. Medroso (temeroso, pusilánime). Quizás inconcientemente le demostré que no era cobarde, porque realmente no oí lo que me dijo, pero me quedo con esa palabra ya que calza con mi reacción. Luego de mi beso, sonrió y mientras se acercaba, me susurró: ya no puedo creer que seas así. La tontería más linda que pude oír y esperar en ese momento.

¿Qué sigue después de todo esto?. Lo siento, eso es privado pero a la par diré que fue entretenido, bonito sin mentir mucho, con alguna buena canción de fondo y con sus debidos momentos de respiro. Yo no lo conocía y él tampoco a mi, solo nos vimos un minuto hace un par de años y ese sábado nos volvimos a ver con más horas para todo. Desconocidos totales, besándonos como si fuese momento de besar y no sentir. Pues la verdad no sentí nada y puede que sea la parte normal y triste del asunto. Ningún sentimiento tonto o placentero. Nada. ¿Si esperaba sentir alguna cosa en el estomago y terminar diciendo que lo amaba?. No, no creo, pero mi romanticismo y ganas de seguir agregando surrealismo a lo sucedido, me quería decir que ya era hora de dejar las cosas en claro para no llegar a un absoluto vacío, sino solo un poquito. “Ni te conozco, ni por ahora me interesa saber tu número o tu correo”. No se lo dije, solo lo pensé. Di media vuelta y con la mano me despedí en el aire. Fue bonito, sí, fue incluso para escribir sobre esto, también, pero esa era la hora de irme sin decirle nada. Regresar un rato a bailar una ultima canción de manera grupal y agarrarle la mano a mi compinche que me había llevado ese bar e ir a dormir, media mareada pero en mis cabales. Era hora de regresar a las “am horas” del domingo a mi casa y abrazar la almohada como una niña que le contaron un cuento de: en asuntos de amor siempre pierde el mejor.

Aprendí que puedo darle un beso o más, con todo el límite que yo misma me impongo, a un desconocido o talvez a alguien más, pero tiene que ser así, que sea interesante de recordar y que no me haga sentir que me ahogué en la última copa o me estafaron a la hora de la despedida. No me estoy vendiendo, solo prevengo y me río de mis ganas de querer y seguir cantando:

Era la hora de huir
y se fue, sin decir:
“llámame un día”.
Desde el balcón, la vi
perderse, en el trajín
de la Gran Vía.
Y la vida siguió,
como siguen las cosas que no
tienen mucho sentido,
una vez me contó,
un amigo común, que la vio
donde habita el…

M.

N.

•28 abril 2009 • 2 comentarios

Hace unos días hablaba con una amiga sobre que tan fácil o difícil puede ser abordar a un chico guapo en la calle. El tema surgió un día que no la pude acompañar al parque Kennedy porque yo estaba ocupada-dormida en una clase de la universidad. Ese día, al ver que las opciones de tener mi compañía eran nulas, decidió ir sola a Miraflores y en ese estado de pasos autistas, ocurrió uno de esos momentos, uno de esos: vio a un chico que la estaba mirando coquetamente. Los dos estaban sentados en el anfiteatro, uno al extremo del otro. Se miraron unos minutos o talvez una hora y cuarto. El tiempo pasaba y no había tema, solo dos pupilas. ¿Cómo comenzar?. Él no hablaba y ella parecía esperar que el machismo jugara a su favor. No pasó. ¡Feminista de mierda!. Como sea, ¿Qué tema?. Aaaah, el tema pudo surgir si el chico hubiera dado signos de adicción al tabaco o si mi amiga lo tentara a ello, porque ella estaba fumando, obviamente. “¿Un cigarro?. No, gracias, tengo cáncer. Bueno, para la próxima será. ¿Cómo te llamas?”. Era una buena oportunidad, pero como todo en esta vida de cheques en blanco, no se pudo y no hubo próxima vez. Game over. Ella se fue rumbo a su casa y ahí fue cuando me lo contó con una mezcla de emoción y decepción. Dio un largo suspiro y me dijo: ¿Es fácil o difícil hablar con un desconocido en la calle?. Hoy le tengo una buena respuesta, creo. Al menos mejor que la anterior, porque hoy me tocó a mí.

Estaba en el paradero de la universidad con una amiga. Las dos habíamos decidido ir a nuestras casas a dormir y luego en la madrugada estudiaríamos para nuestro examen de griego y latín. Era un buen plan así que lo celebramos con jugo de naranja de un sol y con yapa. Luego de la emoción, nos volvió a dar sueño y esperamos tranquilas y sentadas en el paradero. No hablamos de nada importante así que comencé a ver las caras de espera de las demás personas por la av. universitaria. Es mi hobby. Hay caras de “mi carro es el que acaba de pasar y ya es el quinto que se me escapa”, “pucha, esta llenísimo, no la hago”, “no estoy segura si sea este, pero igual me trepo”, etc. Encontré una que otra cara divertida y mientras bostezaba, lo vi. Era alto, altísimo, de lentes, con barba y guapo. Muy guapo. Generalmente no me fijo en eso pero era demasiado notoria su guapura. Me lo quede mirando un rato tratando de adivinar que pretendía estando ahí tan tranquilo y con un cuaderno en la mano igual que yo; hasta que cruzamos miradas y yo voltee a decirle “ldjflñdsjg” a mi amiga. Que vergüenza. Ella no entendió, uff, y tomó como pretexto mi ridiculez para irse en el siguiente carro y me dejó sola. Sola, sola como mi amiga en el Kennedy. ¿Qué podía hacer?. Sentía su mirada encima de mi y ya no podía decir que si estaba roja era por el sol. Ya no podía.

Comencé a pensar muchas cosas, en lo fácil que seria preguntarle: “¿sabes que carro me lleva a Chorrillos?”, pero decidí tentar a la suerte y ver si mis ganas de que me siguiera podían sobrepasar la realidad. Subí al primer carro que vi – obviamente, me llevaba a mi casa – y… él subió. Y no solo eso, también se sentó a mi costado. La 29 puede llegar a ser el mejor micro del mundo. “Puede”, porque no lo es, ya que no sabia que hacer. No habían pistas garabateadas al costado de los correos que dejan en los asientos. ¿Qué podía decirle?. Me seguía mirando, lo sabia, lo sentía. Yo miraba la ventana, sin saber que hacer y rogando que no se diera cuenta de mi nerviosismo. Unos minutos después, vino el cobrador como si se notara que necesitábamos la ayuda de un tercero.

  • ¿A dónde vas?
  • Yo: Arequipa.
  • ¿A dónde vas?
  • Él: Arequipa… (me miró)

Nos miramos en ese instante de monedas y medio pasaje. Me puse rojísima y voltee a ver la ventana y ¿Qué hizo él?. Se rió. Ni más ni menos: ¡se rió!. Como si fuera un chiste todo. ¿Qué hice yo?. He aquí lo fácil de iniciar una conversación pero lo difícil de seguirla:

  • Yo: ¿De que te ríes?
  • Él: No, nada. De nada.
  • Yo: Aaah. Ya.

Oportunidad desperdiciada. Lo maté con mi “aaah, ya”. Volví a ver la ventana. Me di cuenta que ya faltaban dos cuadras para irme. Rayos. Quise hacer algo pero a la vez recordé que yo solo quería ir a descansar a mi casa y por primera vez en mi vida, ya nadie tenia el derecho de interferir en mi deseo. Me paré. Decidida. Ni tanto.

  • Yo: Permiso.
  • Él: ¿Ya te vas?.
  • Yo: Sí.

Bajé una cuadra antes porque calculé mal. No voltee. No tenia sentido, él se fue. ¡ÉL SE FUE!. No bajó ni me prometió lo que todo el mundo promete en un micro: “pronto tendremos un carro”. Él se fue.

Es difícil, N., es difícil hablarle a un chico… ¿o aun no es momento de responder la pregunta?

Dormiré.

M.

Ventilador.

•18 febrero 2009 • 4 comentarios

 

Me derrito en este cuarto. Si fuera unos veinte años más joven no estaría ni aquí ni en ningún otro lado “derritiéndome” porque no tengo tantos años para disminuir ni los suficientes para seguir con las matemáticas. El punto en cuestión, ¡siempre total!, es que me han encerrado en esta casa con apariencia de manicomio, burdel y misas de domingo. Si me envidian por eso, entonces entenderé que es hora de registrar la descripción en indecopi. Pero, venga, les diré la verdad aunque tenga que dejar de lado varios parrafos imaginados; ahi va: admito que no estoy encerrada al punto tal de llamar a los bomberos para armar un carnaval con sus mangueras interminables (sic.). Pues eso, es un «no» a la claustrofobia, porque estar realmente encerrada implicaría demostrarles que no tengo una llave de juguete o poner como excusa que existen muchas puertas por abrir. Interminables. Como los soldaditos que mi hermano coleccionaba cuando se dedicaba a jugar y no me gritaba como en esta vida moderna que me duele en lo más profundo del abismo.

 

Es así como nos podemos dar cuenta que ni uno ni lo otro, simplemente estoy en este cuarto pudriéndome por falta de valentía. No quiero salir de casa a las dos, tres, cuatro o cinco de la tarde. Cuando el sol esta que quema-el alcatraz y los patos se rostizan en pleno vuelo rumbo a los andes. Valga lo “ridiculus” del relato pero es lo que siento de lunes a viernes. Los fines de semana lo mezclo con ron y se eleva al cuadrado. Mentira. Aunque ahorita no me caería nada mal un buen vino para poder matar esta canción con un: three, two, one. Cuenta regresiva para que se terminen las vacaciones y su odioso verano enjaulado en mi cuarto. Admito que sin sol pudo haber sido mejor.  

 

One, two, three

One, two, three

One, two, three.

 

Siempre quise terminar con un: sayonara. say-o-nara. Nada.